Tenemos el honor de presentar un artículo realizado por Montaña Domínguez Carrero, una historiadora placentina que tiene mucho que contar sobre Plasencia. Hoy colabora contándonos uno de esos relatos que forjan la historia de nuestra ciudad, y que además se desarrolla en una de las salas de nuestro hotel.
Muchísimas gracias Montaña, por compartir tu sabiduría en nuestro blog.
Éste es el artículo que Montaña ha creado para todos:
PALACIO CARVAJAL GIRÓN Y EL CASO DE “EL MUERTO RESUCITADO”.
Cada vez que he tenido la oportunidad de estar en el salón principal del Hotel Palacio Carvajal Girón, cuyos balcones dan a la plaza de Ansano, vuelve a mi memoria el recuerdo de un famoso proceso judicial que se desarrolló entre estas históricas paredes. Un caso que tuvo a la ciudad y al país “en vilo”. Este palacio, como muchos otros edificios históricos, ha tenido distintos propietarios y diferentes usos a lo largo de su historia. Durante cierto tiempo, a finales del siglo XIX, fue sede provisional de la Audiencia, y fue entonces cuando una truculenta historia familiar desencadenó el proceso que ha pasado a la historia como “El Muerto Resucitado”.
Fue éste un proceso ampliamente cubierto por la prensa nacional del momento (1888) y que hizo correr verdaderos ríos de tinta. Como si se tratase de una novela por entregas, el pueblo llano (y el menos llano) devoraba cada ejemplar de los diversos periódicos que recogieron, con pelos y señales, cuanto era declarado por los testigos en las sucesivas sesiones de tan complejo y rocambolesco caso. Enviaron corresponsales para seguir el proceso periódicos de tirada nacional como: El País, La Justicia, El Imparcial, La Iberia, La Correspondencia Española, El Globo, El Liberal y La Ilustración Española y Americana. A éstos se unió la prensa local, destacando El Cantón Extremeño; creándose incluso una nueva cabecera de prensa con el título mismo del caso: “El Muerto Resucitado”.
Por eso, cuando entro al salón del Hotel Palacio Carvajal Girón, me resulta inevitable evocar las voces y los personajes, el ambiente de esta estancia convertida en sala de la Audiencia, con los cortinajes y demás parafernalia propia del boato judicial. Todo tal como puede verse en publicaciones de la época, destacando los grabados del Sr. Comba, de La Ilustración Española Americana: el estrado de la presidencia situado entre ambos balcones, el procesado en su lugar central, los abogados de la partes, los testigos varios… a favor y en contra; algunos caricaturizados en extremo. Y el resto de la sala, abarrotada de público hasta las trancas; también la plaza.
Las pasiones y enfrentamientos políticos que desató tan oscuro suceso fueron causa de no pocos problemas de orden público, dividiendo a la opinión ciudadana en dos partidos claramente diferenciados: los “campistas”, defensores del acusado, Eustaquio Campo Barrado; y sus detractores, los “crucistas”, a su vez partidarios de Felipe Díaz de la Cruz. Por esas fechas tuvieron lugar los primeros “escraches” de Plasencia. A las puertas del domicilio de Felipe Díaz de la Cruz se reunía el pueblo vociferante. A ello debe añadirse que los primeros pertenecían, por norma general, al Partido Liberal, mientras que los detractores eran miembros del Partido Conservador. El resto puede imaginarlo el lector.
Pero, ¿quién era el Muerto Resucitado? Y ¿qué se debatía en tan afamado proceso judicial?
Eustaquio Campo Barrado (1839-1896) fue un joven placentino de familia adinerada que, presentando claros síntomas de locura, fue ingresado por su padre, don Rafael Campo Ayala, en el manicomio de San Baudilio de Llobregat, en 1865. Por esas fechas, don Rafael Campo, viudo, ya había contraído segundas nupcias con Francisca Belloso, treinta años más joven que él. La madre de Eustaquio, doña María Clotilde Barrado, había sido dada por muerta por un posible suicidio (1852), arrojándose al río Jerte. Su cuerpo nunca apareció, lo que dio lugar a no pocas especulaciones y teorías novelescas.
Cuando muere don Rafael Campo (1874), dejó a Eustaquio su cuantiosa fortuna como único heredero, señalando a su joven esposa como usufructuaria de todo, hasta que Eustaquio sanase de su enfermedad mental y pudiera hacerse cargo de todo. La joven viuda pleiteó hasta lograr convertirse en heredera universal de la fortuna de su esposo. Curiosamente, acaba casándose con el abogado que le había llevado el pleito, don Felipe Díaz de la Cruz, jefe local del Partido Conservador. Este personaje va a ser de gran importancia.
El 18 de septiembre de 1882 falleció Eustaquio Campo en el manicomio, certificando la muerte por causa de fiebres malignas el director del centro. Poco después (1885) falleció también su madrastra, doña Francisca Belloso, pasando a repartirse la herencia entre los distintos familiares. Antes de morir doña Francisca, confiesa a una persona de su confianza, Concha Somera, un secreto que va a revolverlo todo: el certificado de defunción de Eustaquio es falso y él sigue vivo en el manicomio.
Concha se finge loca y pide ir al mismo manicomio de San Baudilio de Llobregat. Una vez allí, busca y reconoce a Eustaquio. Habla con él y procura convencerle de que tiene que regresar a Plasencia y reclamar su herencia. Pero durante todos esos años de manicomio han pasado muchas cosas y Eustaquio, que ha perdido la memoria, ya no responde a ese nombre. Ahora tiene una nueva identidad. Su nombre es Eugenio Santa Olalla, tiene un hijo y trabaja como carpintero.
Al volver Concha Somera a Plasencia, no pierde un momento e informa a los familiares de Eustaquio de todo lo averiguado en el manicomio. Según parece, hubo varias visitas al citado manicomio por sus tíos hasta lograr convencer a Eustaquio (o Eugenio), ya que éste se negaba a creer cuanto le decían.
Finalmente, el regreso a Plasencia del protagonista de esta historia, Eustaquio Campo, se produce en 1886. Y cuando se le comienza a ver por las calles, todo el mundo le reconoce al instante y se asombra ante la evidencia. Estalla el escándalo.
Dicen que, don Vicente Paredes, arquitecto, eminente historiador y arqueólogo, sufrió un mareo por la fuerte impresión al reconocerle en la Plaza Mayor, teniendo que ser atendido en la farmacia de don Joaquín Rosado. El pueblo, indignado ante tal injusticia, se manifiesta espontáneamente y recorre las calles dando vivas a Eustaquio y pidiendo “que le den lo que es suyo”.
Don Felipe Díaz de la Cruz, que se siente acosado por el pueblo y señalado como culpable de todo, pide amparo a la justicia. También pone una demanda contra Eustaquio Campo, acusándole de usurpación de personalidad. Esta denuncia es la que da lugar al famoso proceso judicial que tuvo lugar en el salón principal del hoy Hotel Palacio Carvajal Girón y que tantos revuelos causó en la sociedad placentina del momento.
Concluimos añadiendo que Eustaquio Campo Barrado logró recuperar su personalidad, siendo empadronado en Plasencia en enero de 1889, año en que también recibe su cédula personal. Nunca recuperó la memoria, pero si acabó convencido de ser quien verdaderamente era ante las indiscutibles pruebas presentadas y ante el clamor general de una ciudad que le reconocía como uno de sus vecinos, al que erróneamente se había dado por muerto. Tampoco recuperó su fortuna, ni quiso nunca reclamarla. Trabajó en su oficio de carpintero y vivió en paz hasta su muerte. Hoy descansan sus restos en el cementerio municipal de Santa Teresa, en Plasencia.
M. Montaña Domínguez Carrero.
Montaña es una placentina nacida en Cáceres, licenciada.en Geografía e Historia (Universidad de Extremadura), y especializada en Geografía Urbana. Es autora de: La Plaza Mayor de Plasencia. Vida urbana en el siglo XIX (1992); Vicente Paredes Guillén (2006), entre otras cosas. Urbanita y amante de la naturaleza.
Muchísimas gracias Montaña por acceder a contarnos una historia tan interesante tanto para el patrimonio histórico de Plasencia, como para recuperar la historia de nuestro edificio, el Palacio Carvajal Girón.
¡Esperamos que al resto de placentinos les resulte interesante!